Donald Rumsfeld, un artista maquiavélico en el poder

Paul Labarique
13 de febrero de 2005
voltairenet.org

Donald Rumsfeld, campeón de lucha libre

 Hábil maniobrador, Donald Rumsfeld, se opuso en el seno del Partido Republicano al realismo de Henry Kissinger. Lejos de ser belicista por ideología, este discípulo de Maquiavelo se hizo «halcón» para que los norteamericanos soñaran con la grandeza tras la humillación de Vietnam. Ha mezclado política y negocios con su amigo Franck Carlucci lo que lo ha hecho acumular influencia y fortuna. Alejado de la carrera por la Casa Blanca en beneficio de George Bush padre, ha proseguido su camino hasta alcanzar el poder supremo a la sombra de su marioneta, George Bush hijo.

Donald Rumsfeld, hijo de George Rumsfeld, un agente inmobiliario de Chicago, nació en 1932. Realizó sus estudios en el New Trier High School, donde se convierte en la vedette del equipo de lucha campeón del Estado. En Princeton será el capitán del equipo, puesto ocupado dos años antes por su compañero de cuarto, también con un brillante futuro por delante: Frank Carlucci.
En 1956 no pudo ser seleccionado para los Juegos Olímpicos debido a una herida. Llega a ser agregado parlamentario en el Congreso, lo que simultanea con su actividad de consultor para el banco inversionista AG Becker antes de lanzarse a la carrera política.
En 1962 es candidato a las elecciones primarias republicanas en Chicago frente al director de una compañía de seguros sometida a investigación federal. Uno de los entonces asistentes de Rumsfeld, Jeb Stuart Magruder, hace que el otro candidato sea rigurosamente interrogado sobre el escándalo. Magruder será acusado más tarde de perjurio en el caso Watergate. Sin embargo, el trabajo que realiza cumple su objetivo: Rumsfeld vence en las elecciones primarias y obtiene el puesto de Congressman.

Ascenso republicano

En el Congreso, como muchos republicanos, se revela como un conservador económico y un moderado en el plano social. Apoya la legislación sobre los derechos civiles y lleva a cabo el combate por la sustitución del servicio militar por un ejército regular. Sin embargo, su campo predilecto sigue siendo el de las cuestiones relacionadas con la Seguridad Nacional. Participa igualmente en el House Committee on Science and Astronautics, que se interesa en los programas de la NASA.
La agencia espacial norteamericana es entonces dirigida por la ex élite científica del III Reich [1]. Es igualmente en nombre de este interés por las cuestiones estratégicas que pasa a formar parte del Center for Strategic and International Studies [2], fundado en 1962 por Richard V. Allen, el republicano conservador que se convertirá en consejero para la Seguridad Nacional de Ronald Reagan. Rumsfeld es entonces uno de los primeros miembros del Congreso en frecuentar dicho think-tank (centro de investigación y divulgación de ideas, generalmente de carácter político).
Tras la terrible derrota de Barry Goldwater en 1964, dirige la revuelta de los Republicanos que deseaban un cambio en la presidencia del Partido, ocupada por Charles Halleck. Al frente de un grupo de congresistas republicanos, especialmente de Charles Goodell, Robert Griffin, Albert Quie y Robert Ellsworth, logra que Halleck sea sustituido por Gerald Ford, de quien se convierte en uno de los más cercanos consejeros.
Para facilitar la elección de un republicano a la Casa Blanca, Rumsfeld se da a la tarea de apartar a todo candidato demócrata creíble. Estimula así a uno de sus amigos demócratas, Allard K. Lowenstein, líder del movimiento antiguerrerista y uno de los miembros más liberales del Congreso, para que presente a un oscuro candidato a la investidura contra el presidente saliente Lyndon Johnson.
Este último es derrotado en las elecciones primarias, lo que vuelve a lanzar la carrera por la investidura demócrata, esta vez entre Hubert Humphrey y Robert Kennedy, pero este último es asesinado el 5 de junio de 1968. El camino está libre para los Republicanos.

El falso período «liberal» de Rumsfeld

Humphrey es fácilmente derrotado por Nixon, quien gana en 40 de 50 estados, a pesar de haber obtenido un número de votos comparable al del candidato demócrata. Tras esta victoria, en la que participó especialmente como vocero de los Republicanos, Rumsfeld espera proseguir su ascenso político, pero su ambición y su apoyo a Gerald Ford le valieron fuertes enemistades en el equipo de Nixon: como prueba, es alejado del cargo de presidente del Partido Republicano por Bob Haldeman, como también de numerosos puestos de la administración presidencial.

Finalmente obtiene la presidencia del Office of Economic Opportunity (Buró de la Equidad Económica) a pesar de que fuera extremadamente crítico en cuanto a las leyes contra la pobreza. Negocia además un puesto de asistente presidencial y una oficina en la Casa Blanca. En el marco de estas nuevas funciones, escoge como asistente a Richard Cheney y recluta a su amigo Frank Carlucci quien acababa de comenzar una carrera de agente de campo de la CIA.
Los tres hombres llegarán a ser secretarios de Defensa, cada uno en su momento. La OEO cuenta entre sus empleados a William Bradley, futuro senador y candidato presidencial, a Christine Todd Whitman, futura gobernadora de New Jersey y administradora de la Agencia para la Protección del Medio Ambiente y a Terry Lenzner, futuro miembro de la Comisión Senatorial en el caso Watergate.
La política de Rumsfeld al frente de la agencia contra la pobreza permite que la prensa lo califique como «liberal», etiqueta que puede perjudicarlo en el seno del Partido Republicano. Así, a finales de 1970 decide aproximarse al poder y obtiene un puesto de consejero del presidente en la Casa Blanca.
El momento es difícil. El ejército de los Estados Unidos está empantanado en Vietnam sin esperanza de victoria y la guerra se hace impopular. Profundas divisiones aparecen en el seno de la administración presidencial. Donald Rumsfeld preconiza no insistir en una vía sin salida y retirarse.
Convence a un pequeño grupo que incluye a George P. Shultz, entonces director del Office of Management and Budget; a Clark MacGregor, consejero para las relaciones con el Congreso; y a John Ehrlichman, encargado de la política interna, para que presionen al presidente, al punto de que en abril de 1971 Richard Nixon, irritado, considera separarse de Rumsfeld, de lo que lo disuaden su consejero Henry A. Kissinger y el secretario general de la Casa Blanca, Bob Hademan.
Finalmente los tres hombres deciden enviar a Rumsfeld a una «misión» de dos meses a Europa, junto con Robert Finch, para discutir sobre el consumo de drogas con las autoridades europeas. Al regreso, Richard Nixon le ofrece un puesto a su medida y al mismo tiempo lo suficientemente alejado como representante de los Estados Unidos en la OTAN.
Rumsfeld acepta, pero los consejeros cercanos al presidente le piden que espere al final de la campaña presidencial para la cual el lobezno político podría ser útil. En efecto, se encuentra entonces muy próximo a John Mitchell y a Charles Colson, dos especialistas de los «golpes políticos» que trabajan para Nixon.
Según las grabaciones secretas de la Casa Blanca realizadas entonces, en varias oportunidades Rumsfeld propuso al presidente Nixon organizar operaciones por su cuenta, obteniendo así informaciones sobre sus adversarios políticos o accionando sus privilegiados vínculos con George Gallup, responsable del Instituto de Sondeo Gallup Poll, considerado un pacifista. Si bien la eficacia de estas gestiones es difícil de evaluar, no es menos cierto que Nixon es reelegido en noviembre de 1972.
En 1973 y 1974 Rumsfeld se encuentra en Europa, en la OTAN, cuando estalla el escándalo Watergate. Sin ser afectado por la tormenta, le propone su ayuda a Nixon en el caso, pues a pesar de las tensiones inherentes al ejercicio del poder, cierta complicidad une a ambos hombres. Nixon respeta a los que aceptan la competencia política y especialmente cuando enfrentan los fracasos que marcan su propio recorrido.
En este sentido, Rumsfeld difiere de los demás consejeros del presidente como Haldeman, Ehrlichman y Kissinger, que están satisfechos con su estatus de «hombres de la sombra». Además, es considerado una excelente vitrina pública para la Casa Blanca, un muy buen vocero.
En el torbellino del Watergate, Nixon, sin embargo, no tiene en cuenta el ofrecimiento de los servicios de su consejero, un feliz golpe de suerte para Rumsfeld, que no se ve afectado por el escándalo. Por el contrario, se beneficia del mismo, pues tras la renuncia de Nixon el vicepresidente Gerald Ford lo incluye en el equipo de transición.

La antítesis de Kissinger

Rumsfeld llama inmediatamente a su más cercano consejero en Washington, Richard Cheney, quien aprovechó la partida de su superior a Europa para incursionar en el mundo de los negocios en una empresa de consultoría. Al nuevo equipo, dirigido por Gerald Ford, se le confía una misión simple: reorganizar la Casa Blanca y elaborar un programa de política interna, pero se le prohíbe vincularse a cuestiones de política exterior, lo que permanece bajo el dominio de Henry Kissinger.
Este, tras la entrada en funciones de Ford, ve ampliadas sus prerrogativas en este campo y es al mismo tiempo secretario de Estado y consejero para la Seguridad Nacional. Sin embargo, este poder de Henry Kissinger en cuanto a la política exterior norteamericana, basada entonces en el concepto de «distensión» con la URSS, va a erosionarse progresivamente bajo la influencia de Donald Rumsfeld y Dick Cheney.
Ambos hombres se convierten rápidamente en figuras predominantes de la administración Ford, quien un mes después de su entrada en funciones nombra a Donald Rumsfeld secretario general de la Casa Blanca, en sustitución de Alexander Haig. Allí llega con Dick Cheney como asistente personal. Ambos se encuentran en posiciones clave, lo que les brinda una influencia considerable en la administración. El dúo infernal trabajará de forma lenta, pero segura, para sacar del juego al incómodo Henry Kissinger.
Rumsfeld se concentra ante todo en los aliados de este, especialmente en Nelson Rockefeller, sin embargo vicepresidente, y en su director de gabinete Bob Hartmann.
En noviembre de 1975 la popularidad de Gerald Ford está en su punto más bajo y decide resolver las contradicciones de su equipo, satisfaciendo al mismo tiempo a la opinión pública y al complejo militar-industrial.
Así, revoca a su secretario de Defensa, Arthur R. Schlesinger, a quien sustituye por su secretario general Donald Rumsfeld, y Dick Cheney pasa a ocupar el puesto de este. Simultáneamente confirma a Henry Kissinger como secretario de Estado para forzarlo así a renunciar a su puesto de consejero de Seguridad Nacional, para el cual promueve a su adjunto, el general Brent Scowcroft.
Saca a William Colby de la dirección de la CIA en beneficio de George H. Bush. Finalmente informa al vicepresidente Nelson Rockefeller que no figurará en el próximo equipo presidencial. Todo este movimiento brutal ha quedado en la memoria como «masacre de Halloween» y marca el contorno de dos clanes: el de Kissinger, favorable a la política de distensión y control de armamentos llevada a cabo en colaboración con la Unión Soviética, y el de Rumsfeld, convencido de que tras la de derrota de Vietnam, la opinión pública humillada sueña con grandeza y no con compromisos.
Abandonando la postura liberal de cuando la opinión pública quería salir de Vietnam, el nuevo secretario de Defensa se convierte en halcón para prometerle que no volverá a conocer la derrota, un cambio que el clan Kissinger ha calificado con frecuencia como oportunismo político.
No hay dudas de que la ambición y la estrategia permiten explicar este viraje, pero también las convicciones de Donald Rumsfeld evolucionaron durante su estancia en Bruselas como embajador en la OTAN, pues en esa época se convence de la inutilidad de los programas de control de armamentos negociados con la URSS.
En el marco de la campaña presidencial de 1976, aconseja al presidente Gerald Ford abandonar el término de «distensión» por temor a ser adelantado por la derecha, durante las elecciones primarias, por parte del republicano de extrema derecha Ronald Reagan. Este último lleva a cabo un proyecto diplomático basado en la idea de una necesaria restauración «de la moralidad en política exterior».
La estrategia da resultado a corto plazo, pues permite al presidente Ford, asociado a Bob Dole en la fórmula presidencial, obtener la victoria en las elecciones primarias, pero no le basta para derrotar a Jimmy Carter, el candidato demócrata, quien accede a la presidencia el 20 de enero de 1977, día en que Rumsfeld ve detenida su carrera.

Farmacéutico

Privado en brevísimo tiempo de responsabilidades políticas, sin mandato, Donald Rumsfeld se resigna, como la mayor parte de las autoridades norteamericanas, y prueba suerte en el mundo de los negocios. La oportunidad se la da la empresa farmacéutica de Chicago G.D. Searle & Company, que se encuentra en grandes dificultades financieras. El grupo está al borde de la quiebra, las acciones han pasado de 110 a 12 dólares y la Food and Drug Administration lleva a cabo una investigación sobre los métodos de experimentación de medicamentos en la empresa, mientras se niega a admitir sus últimos productos, especialmente el aspartame.
La familia Searle, que financió la primera campaña electoral de Rumsfeld en Chicago, le confía el puesto de director general. El ex político lleva a cabo allí una espectacular transformación: despide a más de la mitad de los empleados del grupo que pasan de 800 a 350 gracias a métodos de despido especialmente brutales.
En 1980 la revista Fortune lo sitúa en su lista «de los diez patronos más duros». Rumsfeld sabe utilizar también sus conexiones políticas: una vez al frente de Searle, desaparecen como por encanto las reticencias de la FDA, se interrumpen las investigaciones y se conceden las autorizaciones de comercialización, especialmente para el aspartame [3].
Durante los cinco años siguientes, las ganancias de la empresa aumentaron 17% anualmente y las acciones suben a USD 30 dólares El primero en aprovechar este viraje es el propio Rumsfeld cuyo salario pasa de 200,000 dólares anuales en 1977 a 500 000 en 1982. En este momento, las stock-options de que dispone se estiman en cuatro millones de dólares.
Sin embargo, Rumsfeld no abandona totalmente la arena política. En 1979, cuando la administración Carter presenta un nuevo Tratado sobre Limitación de Armas Estratégicas (SALT), da fe públicamente ante el Senado de su hostilidad y, por el contrario, pide un aumento de 40 mil millones para gastos militares.

Según una retórica que reutilizará más tarde en la administración Bush, afirma que «la situación de nuestra nación es mucho más peligrosa hoy de lo que lo había sido nunca desde que Neville Chamberlain partió de Munich, haciendo posible la Segunda Guerra Mundial».
El giro de la carrera política de Donald Rumsfeld se da al año siguiente, en 1980, con la designación del vicepresidente en la fórmula presidencial del candidato Reagan. Mientras que el nombre que más circula es el de Gerald Ford, las negociaciones chocan con las reivindicaciones del ex presidente. Hay que encontrar un sustituto. Richard Allen, uno de los responsables de la campaña, propone a George H.W. Bush al no tener el número de teléfono de Rumsfeld según él mismo ha dicho. Hoy afirma haber cometido un error: si el nombre de Rumsfeld hubiera sido propuesto, seguramente habría sido el vicepresidente, lo que le habría abierto el acceso a la suprema magistratura.
Durante dos años, el ex secretario de Defensa permanece alejado de la administración Reagan, sin embargo una de las más conservadoras desde la Segunda Guerra Mundial. Esta singular «travesía del desierto» se explica por la animosidad que le profesan dos importantes figuras del nuevo equipo dirigente en el poder, Casper Weinberger, secretario de Defensa, y Alexander Haig, secretario de Estado.
Rumsfeld acepta participar en el consejo de administración de Sears World Trade (SWT), una empresa de comercio internacional dirigida por su amigo de siempre Frank Carlucci. En realidad SWT es una cobertura de la CIA especializada en el comercio de armas [4].
El atentado contra la embajada de los Estados Unidos en Beirut, el 18 de abril de 1983, que cobró la vida de cerca de 300 norteamericanos, será la ocasión para Rumsfeld de volver a tomar las riendas: es nombrado por Ronald Reagan emisario especial al Medio Oriente y encargado de encontrar una salida para la guerra civil en el Líbano.
El diplomático inicia inmediatamente una gira a la región que comienza por Irak, lo que no deja de ser una elección singular, pues los Estados Unidos no habían tenido relaciones diplomáticas con este país desde la la Guerra de los Seis Días en 1967. Los días 19 y 20 de diciembre de 1983, Rumsfeld se reúne con el viceprimer ministro, Tarik Aziz, y luego con el presidente Sadam Husein.
Entrevistas definitorias: según el correo diplomático que envía a Washington, el encuentro «marca una etapa positiva en el desarrollo de las relaciones entre los Estados Unidos e Irak y constituirá un nuevo paso para el posicionamiento norteamericano en la región».
En ese entonces Washington trata de utilizar el régimen de Sadam Husein como contrapeso del régimen de Teherán que ha escapado totalmente a su control. Sobre el tapete se encuentran ya las cuestiones energéticas: Rumsfeld trata con el presidente Husein un proyecto de oleoducto elaborado por la compañía Bechtel de la que -feliz coincidencia...- George Shultz era director general hasta su entrada en la administración Reagan [5].
Irak, por su parte, desea que los Estados Unidos hagan respetar la prohibición a la comunidad internacional de vender armas a Irán, en plena guerra Irán-Irak.
De regreso a Washington tras su gira diplomática, Rumsfeld alerta sobre la ceguera del Pentágono en cuanto al Medio Oriente que podría, en su opinión, caer bajo control de Irán. Sus críticas se dirigen directamente al equipo Weinberger, del departamento de Defensa, y en particular a Richard Armitage, entonces encargado de la región.
Tras el ataque a la embajada de los Estados Unidos en Beirut, la doctrina elaborada por Weinberger y Powell incitaba a la mayor prudencia en cuanto al envío de tropas a la región. Rumsfeld, cuyo punto de vista podríamos acercar al de Paul Wolfowitz, afirma, por el contrario, que este atentado ofrece una excelente ocasión para intervenir y evitar así el control del Golfo.
La administración Reagan opta por una vía intermedia: no envía tropas, pero acepta ayudar a Irak a neutralizar la influencia iraní. El 26 de noviembre de 1984, Washington restablece sus relaciones diplomáticas con Bagdad.
Aunque continúa su carrera en el sector privado, Rumsfeld sigue siendo una figura importante en el aparato de Estado norteamericano, de lo que da muestras su participación en las simulaciones de golpe de Estado realizadas durante la administración Reagan. Oficialmente se trata de preparar la continuidad del ejecutivo en caso de «decapitación» del poder establecido por un ataque soviético.
En realidad, lo que se prepara así es la eventualidad de un golpe de Estado fomentado por el vicepresidente -y ex director de la CIA-George H. W. Bush, al verificar el vacío de poder provocado por la senilidad en aumento del presidente Reagan [6]. James Woolsey y Kenneth Duberstein, que como Rumsfeld fue secretario general de la Casa Blanca, participan igualmente en el equipo «interino» simulado.
El programa es confiado a Oliver North y es supervisado, el colmo de la ironía, por el propio vicepresidente Bush. Durante estos años, Rumsfeld acostumbra a «desaparecer» todos los años durante algunos días en diferentes bases secretas. Otro ex secretario general de la Casa Blanca participa en estas maniobras: se trata del ex asistente de Rumsfeld, Dick Cheney.

Cada vez, un miembro diferente de la administración Reagan desempeña el papel de nuevo «presidente». La singularidad del proceso previsto en estas operaciones consiste en que no respetan las leyes federales de sucesión presidencial, constitucionalmente confiadas al vicepresidente, ya que las personalidades escogidas son el secretario de Agricultura o el secretario de Comercio [7].

Intereses privados

Rumsfeld permanece por lo tanto en la órbita del aparato de Estado, al punto de que cuando su empresa, la G.D. Searle & Company, es adquirida a mediados de 1985 por Monsanto, deja de trabajar en la misma y considera seriamente concurrir a las primarias republicanas de 1988 frente al vicepresidente George H. W. Bush, para lo que cuenta con el apoyo de la rama más conservadora del aparato republicano y de varis figuras de la administración Reagan, como Frank Carlucci, ahora secretario de Defensa, y de George Shultz, aún secretario de Estado.
Este apoyo se explica por el tono de su campaña que trata de adelantar a Bush en su posición de derecha gracias a una retórica de «halcón» especialmente agresiva, especialmente contra la Unión Soviética.
Lamentablemente para Rumsfeld, el contexto político no le es favorable: identificado con los reaganianos de la vieja escuela, enfrenta la competencia del candidato de los reaganianos ultraliberales, Jack Kemp, igualmente apoyado por personalidades neoconservadoras como William Kristol.
Se enfrenta igualmente a la candidatura del reverendo Pat Robertson, de la Coalición Cristiana. En resumen, el ala derecha del Partido Republicano estalla en las primarias de 1988. Por otra parte, Rumsfeld posee una limitante política: la de no haber hecho campaña electoral desde 1968, lo que no lo hace digno de la confianza de los inversionistas y debe renunciar por falta de fondos. Así, en abril de 1987, se retira de la carrera a la investidura republicana.
Muchos lo dan por perdido para la política. Se vincula al sector privado por un largo período y, en 1990, cuando su amigo Carlucci ya ha tomado la dirección del Carlyle Group, es nombrado director general de General Instrument Corporation, una empresa de cables de comunicación. Durante tres años conduce la empresa al éxito financiero gracias a sus contactos políticos.
Obtiene los favores de la FCC (Federal Communication Commission), la autoridad norteamericana de regulación de las telecomunicaciones, hasta ahora sólo sensible a las empresas que desarrollan tecnologías de televisión analógica. Súbitamente, el proyecto de televisión digital propuesto por GIC llama la atención de la agencia federal, una feliz decisión que asegura el éxito de la nacionalización de la empresa y permite a Rumsfeld disponer, a finales de la década de 1990, de una fortuna estimada entre 50 y 200 millones de dólares.
Sin embargo, el ex secretario de Defensa vende igualmente su influencia a otras empresas: a principios de los años 90 obtiene la autorización para que la sociedad ABB, con sede en Zurich, venda dos reactores nucleares a Pyongyang a cambio de la seguridad dada por las autoridades norcoreanas de que abandonarán su programa nuclear-militar [8].
En 1993, pasa a formar parte de Gulfstream, empresa de fabricación de aviones ejecutivos adquirida por Ted Forstmann. Este último se vincula sucesivamente a los servicios de otras importantes figuras republicanas como George Shultz, Colin Powell y Henry Kissinger, todos miembros del consejo de administración. Según Le Nouvel Observateur, «en junio de 1999, cuando Ted Forstmann vende la Gulfstream a la General Dynamics, fabricante de armas, se hacen de una ganancia de cerca de tres millones de dólares cada uno.
El abogado comercial a cargo de los intereses de la de General Dynamics, en el momento de la transacción William J. Haynes, es en la actualidad un colaborador de Donald Rumsfeld.» [9]. La última actuación de Rumsfeld en la esfera comercial data de 1997, año en que pasa a ser director general de Gilead, empresa para la producción de medicamentos contra las enfermedades infecciosas [10].
Como en Searle, Rumsfeld echa mano a su libreta de direcciones para garantizar el beneplácito de la FDA, que finalmente autoriza la comercialización de un medicamento contra la viruela, hasta entonces muy controlado, el Cidofovir. Como consecuencia, el Pentágono se integra al núcleo de Gilead para sus investigaciones sobre bioterrorismo y aumenta el valor de sus acciones.
Los métodos de Donald Rumsfeld en materia de tráfico de influencias superan los que normalmente se dan en Europa. Algunos «casos» que permanecen en el rango de hipótesis causan especial perplejidad. Es el caso del bombardeo a la fábrica de productos farmacéuticos de Al-Shifa, en Sudán, por parte de la administración Clinton, el 20 de agosto de 1998. Bajo el pretexto de destruir un centro de fabricación de armas de destrucción masiva, lo que se dejó sin capacidad de perjudicar, especialmente los negocios de Gilead, productora de medicamentos contra la malaria y el sida, fue una fábrica de medicamentos genéricos, así como Al Shifa.

El pánico del antrax, en octubre de 2001, además de hacer creer en una amenaza terrorista islámica en los Estados Unidos, permitió igualmente a la Gilead realizar excelentes negocios al aumentar sus ventas de vacunas contra la viruela al Pentágono, lo que contribuye a una formidable valorización del grupo, adquirido en 2002 por Karl Hostetler por la interesante suma de 460 millones de dólares [11].

A la conquista de la Casa Blanca

Los éxitos financieros de Rumsfeld no ahogan su ambición política. En la primavera de 1996 acepta dirigir la campaña de Bob Dole y en el marco de sus funciones conoce a Paul Wolfowitz, a quien le encarga redactar los discursos sobre política exterior [12]. Es un nuevo fracaso para Rumsfeld: el 20 de enero de 1997, el demócrata Bill Clinton reasume sus funciones como presidente de los Estados Unidos. El dúo Wolfowitz-Rumsfeld no abandonará la escena, muy por el contrario.
Los hasta ahora inútiles esfuerzos de Rumsfeld por acceder a la Casa Blanca, primero como vicepresidente de Reagan, luego frente a George H.W. Bush durante las elecciones primarias de 1988 y finalmente como director de campaña del candidato republicano Bob Dole en 1996, por fin van a dar resultados.
Paradójicamente, es al apostar por el hijo del ex presidente, George W. Bush, que los neoconservadores van a garantizar el triunfo de su ideología. Wolfowitz y Rumsfeld contribuyeron ampliamente a moldear esta época triunfal. Desde 1998 suscriben juntos el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, una carta abierta al presidente Clinton instándolo a derrocar al presidente iraquí Sadam Husein. El aliado de ayer se ha convertido para Rumsfeld en el mejorpretextopara desplegar tropas estadounidenses en el Golfo.
Paralelamente participa en la división de «Política Exterior» del Congressional Policy Advisory Board, organizado en el Partido Republicano por Martin Andersonpara permitir la elaboración de una política exterior neoconservadoracon el apoyo financiero del Hoover Institute, de la Fondation Heritage y de la American EntrepriseInstitute. Rumsfeld frecuenta allí a sus amigos Dick Cheney, Paul Wolfowitz y George Shultz, a los que pronto se suman su antiguo adversario Casper Weinberger y la protegida del candidato Bush, Condoleezza Rice.
Los trabajos de este equipo, que actúa paralelamente al grupo de los Vulcains [13], se basan en los realizados por la Comisión Investigadora del Congreso, presidida por Rumsfeld y encargada de evaluar la probabilidad de un ataque balístico contra los Estados Unidos. Organizado a partir del modelo del «Equipo B» sobre la URSS [14], esta comisión debe dar crédito, sobre todo, a la idea de un posible golpe a los Estados Unidos por un misil enemigo a fin de justificar los gastos militares solicitados por los Republicanos para la implementación de un escudo antimisiles.
Paul Wolfowitz, experto en amenazas imaginarias, está al lado de Donald Rumsfeld. Según las conclusiones de los parlamentarios esta amenaza es muy real, sobre todo por parte de países como Corea del Norte, Irán e Irak, tres Estados que figurarán más tarde en el «Eje del Mal» definido por George W. Bush.
En su informe final, presentado a la prensa el 11 de enero de 2001, la Comisión indica: «La historia está llena de situaciones en las que se han ignorado las advertencias y se ha resistido al cambio hasta que un evento exterior, hasta entonces considerado «improbable», viene a forzar la mano de las burocracias reticentes.
Lo que se plantea es saber si los Estados Unidos tendrán la sabiduría de actuar de forma responsable y reducir lo más rápidamente posible su vulnerabilidad espacial o bien si, como ya ha sucedido en el pasado, el único elemento capaz de galvanizar las energías de la Nación y forzar al gobierno de los Estados Unidos a actuar deba ser un ataque destructivo contra el país y su población, un «Pearl Harbor espacial».
Interrogado por los periodistas sobre la eventualidad de otras amenazas que no fueran la de los Estados antes mencionados, Donald Rumsfeld habla de un posible ataque espacial por una nave que un tal Osama Bin Laden estaría listo para lanzar desde una base secreta en Afganistán. La continuación ya esconocida.

Paul Labarique

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[1] Ver: «Operación Paperclip: de los V2 a la Luna», por Paul Labarique, Voltaire, 7 de enero de 2005.
[2] Ver «CSIS, los caminos entrecruzados del petróleo», Voltaire, 2 de febrero de 2005.
[3] Durante los veinte años siguientes, la FDA registró varios miles de quejas que atribuían diferentes males al aspartame (migraña, pérdida de memoria, trastornos de la visión...). Ver «La face cachée de Donald Rumsfeld», por Christophe Grauwin, revista francesa Le Nouvel Observateur, 27 de mayo de 2004.
[4] «Le Carlyle Group, une affaire d’initiés», Voltaire, 9 de febrero de 2004.
[5] «La face cachée de Donald Rumsfeld» (El lado oculto de Donald Rumsfeld, texto en francés, op.cit. Réseau Voltaire.
[6] «The Attempted Coup d’État of March 30, 1981», en George Bush: The Unauthorized Biography, de Webster G. Tarpley & Anton Chatkin.
[7] El orden de sucesión era entonces legal y constitucionalmente el siguiente: el vicepresidente, luego el vocero de la Cámara de Representantes, el presidente pro tempore del Senado y finalmente los miembros de la administración en el orden de creación de sus puestos, al frente de quienes estarían el secretario de Estado, el secretario del Tesoro y el secretario de Defensa.
[8] «Rummy’s North Korea Connection», por Richard Behard, Fortune, 28 de abril de 2003.
[9] «La face cachée de Donald Rumsfeld», op.cit.
[10] En un libro publicado en 1985, The Handmaid’s Tale, de Margaret Atwood, Gilead es el nombre dado a los Estados Unidos después de la toma del poder por una dictadura militar apoyada por una población dispuesta a cambiar derechos por seguridad («La face cachée de Donald Rumsfeld», op.cit.).
[11] Ver: «Intoxication à l’anthrax» texto en francés, par Paul Labarique, Voltaire, 10 de marzo de 2004.
[12] «Paul Wolfowitz, l’âme du Pentagone» (Paul Wolfowitz, el alma del Pentágono) texto en francés, por Paul Labarique, Voltaire, 4 de octubre de 2004.
[13] El grupo de los Vulcains, creado por Condoleezza Rice para asesorar al candidato Bush en cuestiones internacionales, incluye, entre otros, a Paul Wolfowitz, Richard Armitage, Richard Perle y Dov Zakheim.
[14] Este Equipo B, formado en 1976 por el director de la CIA de Gerald Ford, George H.W. Bush, y presidido por Richard Pipes, el padre de Daniel Pipes, tenía como misión reevaluar la amenaza soviética, pretendidamente subestimada por los acomodados expertos de la Agencia. El joven Paul Wolfowitz ya formaba parte del mismo.